Ya había escuchado antes de los ataques de pánico, pero no comprendía realmente cuán aterradores pueden ser hasta que vi uno de cerca. Le pasó a mi novia un lunes a la hora del desayuno. Esa mañana despertó antes que su alarma sonara porque, dijo, “igual ya no podía dormir”.
Desde que se levantó la noté rara, como preocupada y ausente. Se estaba sirviendo un café cuando ya no pudo disimular su respiración acelerada y pesada, comenzó a decirme que algo grave iba a pasar, que tenía miedo y que estábamos en peligro. Entonces se le cayó la taza, se apoyó de dónde pudo y me dijo que se iba a morir, con una expresión que solo esperarías ver en alguien que en verdad se está muriendo. Sigue leyendo